
El mundo enfrenta una epidemia de obesidad. Tradicionalmente, este problema se ha asociado a una caída de la actividad física y un aumento en el consumo de energía. Sin embargo, los expertos advierten que si bien estos dos factores tienen un impacto negativo en la salud de las personas, lo que comemos tiene un mayor peso al momento de tener sobrepeso.
Un estudio reciente publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences analizó la información de más de 4.200 adultos pertenecientes a 34 países diferentes repartidos en 6 continentes. El objetivo era contar con una base de datos diversa que incluya desde economías desarrolladas, hasta poblaciones cazadoras-recolectoras y sociedades pastorales y agricultoras.
Entre las conclusiones del artículo se encuentran algunas teorías que no son nuevas. Al hacer todos los ajustes pertinentes en cuanto a tamaño corporal, sexo y edad, las personas de sociedades económicamente más desarrolladas reportan un gasto relativamente menor de energía. La premisa hace eco a la percepción generalizada de que las poblaciones con más dinero hacen menor trabajo físico que las pobres. El problema es que esta diferencia no justifica la discrepancia entre las mayores tasas de obesidad de los países más avanzados.
Los investigadores advierten que las diferencias de gasto de calorías, es decir, de la actividad física entre poblaciones, sólo explican en un 10% la disparidad de las tasas de sobrepeso y obesidad. Por descarte, el exceso de consumo de calorías en lo que comemos explica el otro 90% de la situación actual.
Medir la obesidad
Para comparar a las diferentes poblaciones, los investigadores usaron una base de datos que contiene las mediciones del gasto energético medido a partir de la orina. Las personas tomaron agua modificada a nivel molecular que contienen versiones más pesadas de partículas de oxígeno e hidrógeno. A medida que se queman calorías, algunos átomos de oxígeno dentro del agua que bebemos se utilizan para producir el dióxido de carbono que exhalamos. Al determinar cuánto oxígeno se transformó, se puede medir la energía que quemó.
Otro de los indicadores que se estimaron fue la cantidad de energía que una persona consume para funciones básicas metabólicas como la respiración, regulación de temperatura corporal y digestión. Esta cifra después fue restada al consumo total de calorías para intentar especificar lo que se quemó durante la actividad física.
Sin embargo, el modelo no es perfecto. Los mismos autores del estudio advierten que los datos disponibles son pocos y no ideales. Mientras se tiene acceso a datos de miles de pacientes en países desarrollados, hay muy poca información de sociedades cazadoras-recolectoras y pastorales.
El otro gran punto ciego es la falta de información acerca de los alimentos que consumió cada participante, por lo que las conclusiones que se hacen acerca de las dietas entre diferentes grupos de población están basadas en suposiciones.
La obesidad como enfermedad
La Organización Mundial de la Salud (OMS) califica a la obesidad como una enfermedad crónica que se caracteriza por una acumulación excesiva de grasa que puede ser perjudicial para la salud. En contraste, el sobrepeso se considera sólo como una afección de acumulación de grasa. El diagnóstico de ambas se realiza midiendo el peso y la estatura de las personas para calcular el índice de masa corporal (IMC).
A pesar de que existe la percepción de que la obesidad es un problema de falta de voluntad o elección personal, la mayoría de los autoridades sanitarias y la evidencia científica apuntan a que es una enfermedad compleja con diferentes causas que incluyen factores genéticos, ambientales y de estilo de vida.
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