
Por Pilar Rodríguez Ledo, presidenta de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG).
Cuando las curvas de contagio dejaron de ocupar los titulares y la sociedad creyó haber superado la pandemia, miles de personas continuaban enfermas. No lo hacían en los hospitales ni en las UCI, sino en silencio, desde sus casas, intentando recuperar vidas que la infección había transformado para siempre. A esa realidad la llamamos COVID persistente.
Durante meses, quienes la padecían vieron cuestionados sus síntomas, negada su vivencia y desatendida su necesidad. El sistema sanitario, desbordado y orientado a la urgencia, no supo escuchar ni reconocer a tiempo una realidad que, hoy en día, afecta a unos dos millones de personas solo en España.
Frente a esa invisibilidad, nació REiCOP, la Red Española de Investigación en COVID Persistente, con un enfoque inédito: unir ciencia, asistencia y pacientes. Porque no basta con investigar; es imprescindible hacerlo con quienes sufren. No se trata solo de avanzar en biomarcadores o terapias, sino de construir rutas asistenciales claras, equitativas y sostenibles. La participación de los propios afectados ha sido, desde el primer día, el eje vertebrador de este proyecto.
Sin embargo, el camino sigue lleno de sombras. Persisten grandes desigualdades autonómicas: mientras algunas comunidades han desarrollado unidades específicas y protocolos de actuación, otras aún no han asumido esta patología como parte estructural de su cartera de servicios, pero en todas ellas falta mucho por hacer para responder a las necesidades de los afectados.
En muchas zonas, los pacientes continúan deambulando de consulta en consulta, sin un diagnóstico firme, sin seguimiento, sin horizonte terapéutico. La brecha en la atención es hoy una brecha en derechos, es una brecha en la accesibilidad y equidad de nuestro sistema. Por eso, los retos siguen siendo mayúsculos:
- Reconocimiento médico-administrativo universal.
- Protocolos homogéneos a nivel estatal.
- Coordinación efectiva entre niveles asistenciales.
- Inversión en rehabilitación, salud laboral e investigación traslacional.
- Y, sobre todo, la integración real en las estrategias de cronicidad.
El COVID persistente no es una secuela menor, ni un efecto colateral pasajero. Es una prueba de resistencia para nuestro sistema sanitario y también una oportunidad irrenunciable para revisar cómo acompañamos, cuidamos y protegemos a quienes no pudieron pasar página tras la infección.
Mirar hacia otro lado no es solo un error asistencial, es una quiebra ética y una renuncia al principio más esencial de la medicina: no abandonar. Cada paciente que no recibe respuesta es una vida hipotecada. Cada estrategia que no ejecutamos es un paso atrás en derechos sanitarios.
El COVID persistente nos reta y obliga a ser mejores. Mejores profesionales, mejores investigadores, mejores servidores públicos y mejores como seres humanos.
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