
Un niño debe pasar más horas durmiendo que en vigilia. Cuando cumple dos años, lo ideal es que haya descansado 9.000 horas, frente a las 8.000 que ha permanecido despierto. Así lo señala el pediatra Gonzalo Pin, coordinador de la Unidad Valenciana del Sueño de Hospital Quirónsalud, que asegura que "la naturaleza dedica más tiempo a dormir durante los primeros años de vida".
Así, para cuando llega la adolescencia, estos pequeños deben haber dormido, al menos, la mitad de su vida. Pero nada más lejos de la realidad. Actualmente, según un estudio de la Organización Mundial de la Salud, solo el 25% de las adolescentes y el 30% de los adolescentes españoles duermen las horas recomendadas. "Hace 10 años esto lo hacía más del 50% de ambos géneros", matiza Pin.
En este sentido, se ha producido una disminución del tiempo de sueño progresiva y con una diferencia de género, ya que las adolescentes duermen menos que ellos y, además, sufren más consecuencias a nivel emocional y a nivel afectivo.
Esta rebaja de horas tiene una causa multifactorial, que abarca desde el incremento del uso de las pantallas hasta las propias tendencias horarias. "El adolescente tiene tendencia biológica a dormirse más tarde y levantarse más tarde, pero empiezan el instituto antes a las 8 de la mañana. Los horarios académicos van contra la naturaleza", ha señalado. Además del mal uso de las pantallas, apunta a la tendencia a la vida sedentaria como otra de las causas.
Ante este problema, que Pin considera "de salud pública", el experto aboga por un pacto social para cambiar las rutinas en los centros educativos; así como de las actividades extraescolares. "Deberíamos cambiar los horarios en los colegios y los horarios de entrenamiento de actividad física en los adolescentes, que suelen ser muy tardíos", apunta. Asimismo, también defiende una mayor educación tecnológica. "Deberíamos hacer educación desde las escuelas primarias del uso de la tecnología, y favorecer la lectura y la escritura en papel, disminuyendo así la digitalización malentendida", ha sentenciado.
Relación con la obesidad
Así las cosas, un mal sueño para la población infantil tiene consecuencias en el plano cognitivo-conductual, pues se produce una alteración del control de impulsos y la capacidad de aprendizaje. "Hay que tener en cuenta que, si se produce durante los tres o cuatro primeros años de vida, se trata de la época de mayor neurodesarrollo", ha señalado, para agregar que, si el insomnio persiste, se producen alteraciones metabólicas. Entre ellas, destacan una mayor tendencia a la obesidad, a la diabetes y a la hipertensión.
En concreto, dormir de forma insuficiente o un sueño de mala calidad aumenta las posibilidades de incrementar el peso porque se alteran los mecanismos que regulan el apetito. "Hay una sustancia en el organismo que nos hace tener hambre y hay otra sustancia que nos hace tener sensación de saciedad. Y esta relación se altera cuando dormimos mal. Tenemos menos sensación de saciedad y una mayor tendencia a comer cosas menos saludables", explica Pin.
Además, la población con trastorno de déficit de atención e hiperactividad (TDAH) o los niños con trastorno del espectro autista (TEA) tienen unas necesidades de sueño diferentes. Así, un problema importante de sueño durante las primeras etapas del desarrollo puede alterar el sistema nervioso central, que conlleva mayor tendencia al TDAH.
Apnea del sueño infantil
Asimismo, también se produce una relación directamente proporcional entre la calidad del sueño y los problemas respiratorios en la infancia. Hasta un 10% de los niños son roncadores habituales y un 2-3% son tienen apnea de sueño. "También está muy relacionado con la obesidad y con el sobrepeso. Y España es campeona de sobrepeso y obesidad infantil", ha lamentado Pin.
El ronquido es más frecuente en niños entre los dos y los seis años. "Son niños que empiezan la guardería o el colegio y están contagiándose de infecciones respiratorias todo el tiempo. Esas infecciones recurrentes hacen que el tamaño de las amígdalas y el tamaño de las adenoides, que es lo que las comúnmente se llaman las vegetaciones, aumenten de tamaño. Entonces, al aumentar de tamaño, se produce el ronquido", explica por su parte Genoveva del Río, neumóloga pediátrica del Hospital Fundación Jiménez Díaz de Madrid.
Por otro lado, la experta también distingue a un perfil de niños más mayores obesos y que se asemejan más al paciente adulto, que suele padecer apnea. "En el paciente adulto, casi toda la apnea de sueño que hay es por obesidad, y en los adolescentes se repite este perfil", detalla.
Pero, tal y como aclara, ambos problemas se relacionan entre sí. "El ronquido es la parte más leve y, cuando la obstrucción llega más dentro, es cuando se cierra el conducto y aparece la apnea", comenta. Así las cosas, ahora que se está produciendo un aumento de la obesidad infantil, la neumóloga advierte de que "se ven más pacientes obesos con apnea".
Estos problemas respiratorios producen despertares y una mala calidad de sueño. Con todo, a diferencia de los adultos con apnea, que durante el día están muy somnolientos, la población infantil se comporta "normal" al día siguiente. "La somnolencia en los niños con apnea de sueño es menor del 10%", recalca. No obstante, sí que se observan trastornos como el déficit de atención y el déficit de memoria por no haber descansado bien; así como un mal ritmo escolar y trastornos de aprendizaje.
En cuanto a los tratamientos, como la causa más frecuente son las amígdalas y las adenoides grandes, la primera línea de tratamiento sería la cirugía ORL; esto es, extirpar las adenoides y las amígdalas. En este sentido, la máquina de CEPAP, que es la primera línea de tratamiento en el adulto, es la última en la población infantil.
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